Desde pequeña sentí
lo que es la soledad; a pesar de tener a mi familia y a buenos amigos a mi
lado, había algo dentro de mí que no me dejaba en paz. Los efectos ya se hacían
evidentes, depresión, baja autoestima, inseguridad. A todo ello, se sumó el
hecho de que ningún muchacho se fijaba en mí. Eso me empujó al fondo del abismo.
Por varios años,
mi vida parecía no tener sentido, no sabía lo que quería ni por qué estaba en
este mundo. Pero luego de que Dios puso en mi camino a algunas buenas personas, todo
comenzó a cambiar. Descubrí que el problema era que yo quería convertirme en
algo que no soy, simplemente para ser aceptada por las personas. Recibí y aún
recibo muchas críticas sólo porque no “disfruto la vida” como ellos lo hacen.
Me tomó
bastante tiempo darme cuenta de esa situación pero logré comprender que Dios me
hizo diferente. Entonces, ¿para qué cambiar? Con ese descubrimiento, comencé a
quererme y a sentirme a gusto con lo que soy.
Mi soledad siempre me ha acompañado, la clave fue convertirla en mi mejor amiga, en mi aliada y ahora disfruto de su compañía. En ella encontré a Dios, encontré la paz y descubrí lo mejor de mí; junto a ella decidí tomar el rumbo de mi vida y a no dejar que alguien decida por mí; ella me enseñó a reflexionar y a tomar las mejores decisiones; la soledad me mostró la importancia del amor y que en mis manos está la felicidad y la libertad que siempre he soñado encontrar.
Ahora disfruto
cada momento en que estoy con mis seres queridos y soy feliz junto a ellos. Todavía
sigo esperando a ese muchacho, pero el hecho de que aún no esté aquí, no
significa que no pueda ser feliz. También disfruto mi soledad y sigo siendo
feliz en esos momentos, en los cuales, sólo ella está a mi lado.
Así que amiga,
si la soledad ahora es tu enemiga, haz las paces con ella y conviértela en tu
mejor amiga. Ella siempre te acompañará. Disfruta de su compañía y no le tengas
miedo. Ella te hará ver lo maravillosa, fuerte y valiente que eres.
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